No cabe dudas que en la actualidad la persona de Ernesto Guevara produce cierto tipo de admiración en las nuevas generaciones, principalmente erigido como el gran «luchador» por la libertad y la diversidad, pero, como sucede con la mayoría de los mitos, la realidad suele ser muy distinta. Ex compañeros del «Che» revelan detalles acerca de su personalidad violenta y su sanguinaria pasión por las ejecuciones.
Por lo general, una de las descripciones más valiosas es la de aquellas personas que compartieron y vivieron episodios que quedan imborrables en la memoria. Muchos de los que aún viven y participaron de la revolución castrista recuerdan el lado más cruel y despiadado del «Che» durante los fusilamientos que se ejecutaron luego del establecimiento del nuevo régimen (1959). ‘Seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte’. Con esa frase, expresada por el Che en uno de sus discursos ante las Naciones Unidas, comienza la video biografía ‘Guevara, Anatomía de un mito‘ dirigida por Luis Guardia, del Instituto de la memoria histórica cubana contra el totalitarismo, y dedicada a todos ‘los que han ofrendado sus vidas en aras de la libertad del pueblo cubano’.
«Tarde o temprano, los seres humanos transformados en mitos muestran su verdadero rostro.»
La narración recorre los comienzos -primero como espectador en la frustada revolución de Guatemala y luego durante su instrucción militar en México- de Ernesto Guevara de la Serna, junto al grupo de revolucionarios del Movimiento 26 de julio quienes, además de atribuirse la creación del apodo más popular (el «Che») recalcan su personalidad despectiva hacia las personas de raza negra, su burla a la tonada característica de los cubanos y el desprecio por los mexicanos, a quienes el Che denominaba ‘indiada’.
Enrique Ros, historiador e investigador, y autor de una de las más completas obras de la vida del Che, recuerda su relación con la peruana Hilda Gadea y con el «Flaco» López, primer cubano con quien Guevara hace contacto en Guatemala y quien lo presenta al grupo de exiliados cubanos que militaban en el Movimiento 26 de julio en la nación centroamericana. De esta forma es como Guevara inicia su faceta de revolucionario y posteriormente viaja junto al grupo de cubanos a México. «Varios estudios apuntan a que Ernesto Guevara a su llegada a México ya tenía definido su carácter de hombre cruel de ejecutor de sus potenciales enemigos. En una carta dirigida a su amiga y ex novia, Tita Infante, señala: «Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver el golpe», refiriéndose al derrocamiento del gobierno de Jacobo Ardens en Guatemala».
«Yo conocí a Guevara en 1956 en México en una cafetería donde concurrían los revolucionarios», comenta Lázaro Guerra, ex militante de los movimientos revolucionarios cubanos, quien por aquel entonces vivía en México en calidad de exiliado y era uno de los sobrevivientes de la expedición del Corintians. Guerra recuerda que el «Flaco» López le presentó al Che como un «tipo maquiavélico» y que era él quien le «lleva y le trae a Fidel», en obvia alusión a su calidad de soplón de lo que pensaban y hacían los revolucionarios cubanos en México.
«Era un tipo repugnante -agrega Guerra- que corría atrás de Castro, a quien le gusta que lo adulen». Casi en los mismos términos, los testimonios confirman el lado más despreciable del Che. Orlando de Cárdenas, periodista, fue amigo de Fidel Castro. Vivía en México y fue uno de los principales colaboradores del Movimiento 26 de Julio en tierras aztecas. «Al principio, le decíamos Ernesto Guevara o doctor Guevara, pero cuando vimos que él se burlaba de nuestra manera de hablar, entonces en represalía, ya no le dijimos nunca más Guevara, ni Ernesto : le decíamos el Che y hasta el mismo Fidel y Raúl le decían el Che. Se lo decíamos con un poco de sorna como para refregarle en la cara lo que él nos había hecho a nosotros. Nunca nos vio completamente como compañeros.»
Guevara nunca llegó a intimar realmente con el grupo de revolucionarios cubanos. Quienes compartieron con él, durante el entrenamiento militar en México, cuentan que su desprecio hacia los cubanos siempre se hacía sentir. Sentimiento que extendía a los negros y al pueblo mexicano, a quienes constantemente menospreciaba. «Llegamos a México el 10 de diciembre de 1955 y Fidel me presentó y dijo «Muchachos, éste es el coreano, él va a ser nuestro instructor militar»». Era Miguel Sánchez, ex combatiente junto a las tropas norteamericanas en la guerra Corea y reclutado por Castro como instructor militar de los cubanos que se entrenaban en México. Sánchez recuerda que al Che también le decían el «Chancho» porque tenía poca afición por bañarse, y siempre tenía un «olorcito arriba como a riñon hervido».
Sánchez le hizo saber pronto al Che que no era más que un soldado : «Se me puso a echar una sonrisita y le ordené hacer veinte planchas (flexiones de brazos), y las hizo. El despreciaba a los negros. A Juan Almeyda Bosques le decía el negrito. Yo le dije «mira cuando te diga negrito dile que tú eres un chancho, porque no te bañas». También despreciaba «a los indios» a quienes denominaba, según el video, «la indiada analfabeta de México«. El 24 de junio de 1956, un grupo de los presuntos expedicionarios es capturado por las autoridades de migración mexicana. El Che estaba entre ellos y varios estudios acusan a Guevara de haber sido informante o delator, al hablar con las autoridades por temor a una posible deportación a la Argentina. «Juan Almeyda Bosques me dijo que él (el Che) había colaborado con la policía cuando nos arrestaron y nos llevaron a la cárcel, y él se había puesto en contacto con las autoridades mexicanas para entregar todas las armas».
En la Sierra Maestra: del primer asesinato a los fusilamientos masivos
En 1957, a dos días de haber matado a un hombre por primera vez, el Che le expresa en una carta a Hilda Gadea -su entonces esposa, quien posteriormente la publicara en su libro «Ernesto, la memoria del Che Guevara»– lo siguiente: «Querida Vieja: Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre». «Una vez escogió un guajiro que según los datos era un «chivato» del ejército. Pero no había una seguridad concreta», comenta Jaime Costa, asaltante del cuartel Moncada, expedicionario del yate Granma y comandante del ejército rebelde. Fue enviado por Castro a reagrupar a los miembros del Movimiento 26 de julio exiliados en Centroamérica. «Se formó un tribunal -continúa Costa- que determinó que no había seguridad de que era un delator y por lo tanto no se le podía quitar la vida. El Che dijo «si no se la quitan ustedes se la quito yo», y sacó la pistola y lo mató. El Che decía: «la duda no hace más nada, hay que fusilar». De esta forma, Guevara asesina personalmente a Eutimio Guerra, un campesino que se había unido al ejército rebelde.
Posteriormente, el Che dirige más ejecuciones en la Sierra Maestra, las cuales llegaron incluso a indignar a las tropas rebeldes por la injusticia en que las realizaba. Además, varias fuentes le atribuyen el asesinato de al menos una docena de hombres en la Sierra Maestra, en la gran mayoría de los casos sin pruebas incriminatorias, resaltando su personalidad cruel y despótica de alguien que consideraba amigos sólo a quienes pensaban como él. Mientras los fusilamientos se multiplicaban, los testimonios de la video biografía «Guevara, Anatomía de un mito» revelan que el Che, pese a haber sido designado por el mismo Fidel como jefe de una de las más importantes columnas guerrilleras, era en realidad un militar inexperto e inoperante a nivel táctico. Sus ex compañeros aseguran que no estaba capacitado militarmente y que esto había sido confesado por el mismo Che, quien reconocía que de acciones militares sabía poco y nada, que no tenía la menor idea de cómo desplegar una estrategia de posicionamiento táctico de tropas, cómo armar una trinchera y túneles, ni mucho menos determinar por dónde debían desplazarse los tanques.
Esta incapacidad para dirigir un plan de acción quedó probada en su paso por el Congo y Bolivia, donde perdió todas las batallas y se entregó sin luchar. Otro de los pasajes de esta biografía es el enfrentamiento con el Segundo Frente Nacional del Escambray, que combatía en la zona central montañosa de Cuba. Roberto Bismarck, capitán del ejército rebelde, comenta que en una reunión con Guevara, y tras hablar casi cinco horas, se dio cuenta que no era ningún idealista. Incluso recuerda una operación militar en la cual se apresaron personas supuestamente colaboradoras del régimen de Batista en forma arbitraria, en la que el Che dijo que había que matarlos sin juicio previo. Guevara subestimó a los miembros del Segundo Frente y no aceptó la autoridad de sus comandantes. Varios miembros de ese frente recuerdan fuertes discusiones con el Che, quienes además resaltan su carácter traicionero y vengativo. En realidad, el Che habría sido enviado por Fidel para evitar la división de la revolución en dos frentes y unificar las acciones militares. Pero el Che tenía vía libre para fusilar por la espalda a quien quisiera como lo hizo con Jesús Carreras, uno de los comandantes del Segundo Frente. Entre las hazañas injustamente atribuidas a Ernesto Guevara figura el asalto de un supuesto tren blindado (cargado con armas) en la ciudad de Santa Clara. Varios de los que fueron protagonistas de ese hecho contradicen la versión oficial del régimen castrista; en lugar de una proeza militar se trató de una traición del Che a una negociación ya acordada por el Segundo Frente. Con la entrada de la columna capitaneada por el Che a la ciudad de Santa Clara, comienzan las ejecuciones indiscriminadas, tal como había ocurrido en la Sierra Maestra. Allí, lleva a cabo numerosos fusilamientos de soldados del régimen de Batista.
Firmaba las órdenes de fusilamiento antes del juicio
Con el triunfo de la revolución, Guevara es nombrado jefe de la fortaleza militar de La Cabaña. Al frente de la Comisión Depuradora, lanza allí un feroz operativo contra todos los militares del régimen depuesto. Este organismo fue creado por Castro con el pretexto de depurar las fuerzas armadas cubanas. Pero, en rigor, el fin era implantar el terror revolucionario en la isla mediante fusilamientos arbitrarios precedidos por juicios sumarísimos. Según los testimonios, el mismo Che fusilaba personalmente a los sospechosos en su propia oficina. Y para colmo, el propio Guevara firmaba la orden de fusilamiento antes de juzgar a las futuras víctimas. Las condiciones de juzgamiento desconocían absolutamente las garantías mínimas de defensa en juicio y principio de inocencia. De esta manera, en los primeros cuatro meses que el Che estuvo al frente de la fortaleza de la Cabaña fue responsable del fusilamiento de varios centenares de hombres en su mayoría miembros del antiguo régimen. En enero de 1959, José Vilasuso, abogado, comenzó a trabajar en la Comisión Depuradora bajo las órdenes de Guevara, como instructor de expedientes. «Me llamó la atención la forma en que él me dijo cómo tenía que ser mi trabajo», dice Vilasuso, quien describe el paredón de fusilamiento manchado de sangre de personas sin pruebas incriminatorias y sin la posibilidad del ejercicio de una defensa justa. Cientos de hombres fueron así condenados a la pena de muerte por fusilamiento mediante sentencias preestablecidas en los denominados juicios sumarísimos. Estas ejecuciones pronto se extendieron a lo largo y ancho de la isla.
Luego de su gestión al frente de la fortaleza de la Cabaña, Guevara fue presidente del Banco Nacional de Cuba y posteriormente ministro de Industrias. La biografía es lapidaria: «En todos ellos, primó su incapacidad profesional y una constante: sembrar el terror como base o medio para el sometimiento». Pero su arrogancia, despotismo y desprecio, tenía un punto débil. El Che temía a Castro, a quien siempre evitó enfrentar. La sumisión, señalan los testigos de la época, era total: «Podían discutir mucho, pero finalmente el Che siempre agachaba la cabeza», rememora uno de los testimonios.
Tras cuatro años de la llegada al poder, Guevara se convierte en la principal bandera propagandista de la revolución cubana. Ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 11 de diciembre de 1964, el Che reconoce públicamente los fusilamientos en Cuba. «Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte», dijo el Che. El empleo de la pena de muerte como método para la implantación del terror fue una constante en Guevara.
Para él, «el odio era un factor de lucha, el odio intransigente al enemigo que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, selectiva, violenta y fría máquina de matar… Un pueblo sin odio no puede triunfar frente a un enemigo brutal», afirmó el Che. El Congo fue su próximo destino, sitio donde perdió todas sus batallas y pronto debió abandonar el país. A su regreso a Cuba, empieza a preparar la aventura boliviana junto a un reducido grupos de hombres de confianza.
Mario Monje Molina, Secretario General del Partido Comunista Boliviano, recuerda el encuentro con el Che, a quien le aclaró de entrada que no iba a permitir jamás que un extranjero dirija la lucha armada de su país y le propone hacerse él cargo de las operaciones y designarlo asesor militar. Pero Guevara no aceptó. Sin poder reclutar al campesinado boliviano, y sin apoyo del PC local, el Che fue detenido junto a la mayor parte de los guerrilleros.
El resto es historia conocida: Ernesto Guevara de la Serna murió el 8 de octubre de 1967 en la Higuera, Bolivia. Este es otro intento por descubrir algunos aspectos desconocidos de la vida del Che, un personaje histórico que aún hoy sigue despertando tanto admiración como rechazo.
REFERENCIAS:
https://www.elojodigital.com/contenido/8515-los-mitos-sobre-ernesto-che-guevara-hemos-fusilado-fusilamos-y-seguiremos-fusilando-m